Daniel Libeskind es un arquitecto con un estilo peculiar y una forma de entender la arquitectura interesante.
Sus obras son, en su mayoría, diseños rectilíneos con una fuerza brutal, de colores monocromáticos/ neutros/ fríos, en los que la iluminación, tanto natural como artificial, juega un papel muy importante. Libeskind reivindica el lado creativo e irracional de la arquitectura, acercándola al arte, ya que considera que además de ser práctica, los edificios deben ser estimulantes.
Este arquitecto tiene gran relación con la historia judía, ya que su procedencia es polaca (época de post-guerra). Además en 1989 resultó ganador del concurso para la construcción del Museo Judío de Berlín, un acto que le dio reconocimiento mundial.
De este edificio en concreto vengo a hablar esta vez y explicar mi opinión sobre esos sentimientos que tiene como objetivo transmitir el propio museo. (Te recomiendo que si tienes intención de verlo lo hagas de día)
En el momento en el que visité este edificio yo ya había estudiado un poco sobre él en la asignatura de proyectos de la carrera. Tenía una idea bastante fantástica en cuanto a las sensaciones que debían transmitir los diferentes espacios del conjunto, según había leído en libros e Internet.
En mi mente rondaban imágenes bastante expresivas, de espacios brutalistas donde te sintieses prisionero del espacio, sin mucha luz, desconcertado, agobiado, indeciso etc. Sin embargo cuando entré a los ejes circulatorios no sentí nada de todo ello. Sinceramente fue un choque muy grande para mis expectativas.
En el interior me encontré con un recorrido muy monótono, con unos acabados de los materiales bastante mal logrados y poco cuidados, en el que se podían intuir perfectamente los recorrido a las demás construcciones del conjunto (Torre del Holocausto, Jardín del exilio...), cosa que yo pensaba que no iba a ser así.
Por desgracia, debido a que era de noche, me quedó mal sabor de boca cuando salí al Jardín del Exilio y no pude experimentar la sensación de estar en el centro y mirar hacia arriba y ver la luz a través del bosque de árboles plantados en la parte superior de estos bloques de hormigón verticales. He de decir que si que te sientes muy borracho cuando caminas en su interior por la inclinación del suelo.
Lo mismo me pasó con la Torre del Holocausto. De noche no transmite nada de nada. Pero estoy segura de que de día tiene que ser alucinante.
La sala de Las Hojas Caídas si que me impresionó, por el sonido tan molesto de la gente caminando sobre las caras metálicas que hay esparcidas por todo el suelo y por la altura del hueco vertical. En este caso, el echo de que fuera de noche creo que benefició.
No me gustaría acabar esta publicación de una forma tan negativa. Yo creo que es un museo bastante innovador en cuanto a concepto, ya que no necesita de elementos escultóricos ni imágenes para dar una idea de lo que los judíos pudieron vivir. Es él por si mismo el que nos enseña e juega con el espectador.
Y para ello está la arquitectura, no solo para vivir en ella, sino para interactuar y aprender con ella.
Os dejo aquí abajo algunas fotos de estos espacios
-NATALIA VAQUERO-
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